UNA VERDAD ABSOLUTA
Recuérdate a ti mismo, una y otra vez, lo siguiente:
Soy el único responsable por la forma en que elijo interpretar lo que veo.
Yo soy responsable por la forma en que elijo interpretar lo que veo. Eso es obvio. Nadie más que yo es responsable por la forma en que elijo interpretar lo que veo.
Ejemplo: Estás en una reunión de trabajo y tienes la palabra. De pronto observas que uno de los presentes bosteza. La interpretación que elijas hacer de esa situación depende de ti. Si tu confianza en ti mismo es escasa, es probable que, de inmediato, elijas interpretar el bostezo como una expresión de poca estima hacia tu persona. Quizás te pongas nervioso y pienses: “¡No soy muy bueno! ¡No soy lo suficientemente bueno!”
Interpretas el bostezo como un ataque contra ti.
Te conviertes en una víctima de tu propia interpretación de la realidad. Sin saber nada sobre la persona que bostezó, o cómo pasó la noche, permites que determine tus sentimientos.
Recuérdate a ti mismo con frecuencia lo siguiente:
La realidad y mi concepción de la realidad no son idénticas.
Hay otras formas de ver y de interpretar. Si te sientes bien, tienes una buena imagen de ti mismo y confías en ti, puedes elegir ver las cosas de otra manera. Probablemente pienses: “Quizás pasó la noche sin dormir. ¡Qué esfuerzo hizo para venir!” O: “Alguien está bostezando. Tal vez el aire esté un poco viciado”. Tienes distintas opciones para elegir. Advertirás que cada elección que haces pone en evidencia cómo te valoras a ti mismo.
¡Cada elección que haces es una evaluación de ti mismo!
Piensa con frecuencia lo siguiente:
Soy el único responsable por la forma en que elijo interpretar lo que veo.
“NO SABES”
Lee lo siguiente y piensa en ello:
En Estados Unidos se realizó una investigación sociológica con un grupo de niños de tres años de edad. A cada uno de ellos se lo equipó con un grabador en funcionamiento durante horas. En un período de dos semanas se grabaron todos los mensajes audibles. Luego se recogieron todos los casetes y los investigadores comenzaron a analizar y clasificar los mensajes que habían recibido los niños. Descubrieron que el 85% de los mensajes contenían las palabras: “basta”, “no” o “deja de...”. Pero sobre todo el 85% de los mensajes contenían la siguiente evaluación fundamental: “No eres lo suficientemente bueno. Algo te falla. No eres lo suficientemente bueno. No sabes”.
Es bueno que nos demos cuenta: a muchos de nosotros se nos grabó esta “ley personal”, en mayor o menor grado, de miles de maneras distintas, y esta ley personal (que es una mentira) es la razón por la que, a menudo, interpretamos mal la realidad. Nos formamos de ella una impresión falsa.
Es muy probable que leer esto resulte bastante difícil. Nos hace notar que no siempre hemos sido “los mejores del mundo” con los niños. Hace surgir sentimientos de culpa. De hecho, tal vez sientas deseos de arrojar este libro a la basura.
En ese caso, prueba con este divertido pensamiento:
Lo único que se puede decir del pasado es que ya no existe.
¡Nunca es demasiado tarde para un nuevo intento! Estamos aquí para aprender.
Extracto del libro "Los encuentros no son casuales" de Kay Pollac
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