El día que me atreví a entrar lo hice de la mano de un amigo.
Infinitas veces había pasado por tu puerta y, como acostumbro buscar rincones tranquilos, el rumor de la gente apostada sobre tu barra me echaba para atrás.
Un antiguo visitante de tus mesas, que sabe de mi afición por la escritura, me había dicho que no encontraría sitio mejor que bajo tus veladores, en dónde las musas seguro querrían venir a cortejarme.
Pero aquel día no decidía yo. Era diciembre y no dudaste en calentar mi boca amigablemente con un café y una buena charla.
Sin embargo cuando quedé realmente cautivada fue al traspasar el umbral y subir tímidamente las escaleras. Lo que entonces encontré me llevó a viajar en el tiempo, haciéndome sentir inmersa entre las páginas de un libro, rodeada de personajes inspiradores mientras la música iba agolpando un recuerdo tras otro en mi cabeza.
Allí me enamoré de Clark Gable una tarde al salir del lavabo, bajo tus lámparas de adonis desnudos devoré mis libros al ritmo de la bossa nova, entre cafés inagotables empecé a coleccionar tus poéticos azucarillos hasta que te convertiste en el punto obligado de encuentro con mi nueva amiga. Acompañada por frases, revistas y libros mi mano comenzó a soltarse sobre las hojas en blanco. Me ofreciste manzanilla para calmar mis nervios en mis días de juzgados, supiste prestarme, desinteresado, tus servilletas para ahogar mis penas y en la tranquilidad de tus mediodías me ayudaste a cerrar tratos de trabajo, amparada por el alma de las mentes brillantes que cuelgan de tus muros. Te convertiste en cómplice y testigo de encuentros clandestinos sabiendo de antemano que debías guardar el secreto.
Querido Café Bretón serás parte de mis mejores recuerdos en una ciudad a la que llegué sin saber por qué y de la que me iré llena de respuestas.
Infinitas veces había pasado por tu puerta y, como acostumbro buscar rincones tranquilos, el rumor de la gente apostada sobre tu barra me echaba para atrás.
Un antiguo visitante de tus mesas, que sabe de mi afición por la escritura, me había dicho que no encontraría sitio mejor que bajo tus veladores, en dónde las musas seguro querrían venir a cortejarme.
Pero aquel día no decidía yo. Era diciembre y no dudaste en calentar mi boca amigablemente con un café y una buena charla.
Sin embargo cuando quedé realmente cautivada fue al traspasar el umbral y subir tímidamente las escaleras. Lo que entonces encontré me llevó a viajar en el tiempo, haciéndome sentir inmersa entre las páginas de un libro, rodeada de personajes inspiradores mientras la música iba agolpando un recuerdo tras otro en mi cabeza.
Allí me enamoré de Clark Gable una tarde al salir del lavabo, bajo tus lámparas de adonis desnudos devoré mis libros al ritmo de la bossa nova, entre cafés inagotables empecé a coleccionar tus poéticos azucarillos hasta que te convertiste en el punto obligado de encuentro con mi nueva amiga. Acompañada por frases, revistas y libros mi mano comenzó a soltarse sobre las hojas en blanco. Me ofreciste manzanilla para calmar mis nervios en mis días de juzgados, supiste prestarme, desinteresado, tus servilletas para ahogar mis penas y en la tranquilidad de tus mediodías me ayudaste a cerrar tratos de trabajo, amparada por el alma de las mentes brillantes que cuelgan de tus muros. Te convertiste en cómplice y testigo de encuentros clandestinos sabiendo de antemano que debías guardar el secreto.
Querido Café Bretón serás parte de mis mejores recuerdos en una ciudad a la que llegué sin saber por qué y de la que me iré llena de respuestas.
2 comentarios:
Precioso Maga, hay sitios que se convierten en nuestra segunda casa. Me alegra todo ese camino de respuestas encontradas... a mí me enacantan.
Un beso.
Gracias Cari y no veas como las respuestas siguen llegando, el tema está en atreverse a encontrarlas.
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