Cuando maestro y discípulo se reconocen, el aprendizaje y la enseñanza comienzan con el saludo. Y entras en una experiencia que ya no tiene marcha atrás.
Alguien lanzó una flecha, hace mucho tiempo, y esa flecha se mantuvo volando en el aire para dar en el blanco en el momento preciso.
Traía un mensaje para mí que no podía llegar antes, ni después.
Las respuestas sólo llegan cuando las pides sinceramente. Cuando el que pide una respuesta es el corazón y no la cabeza lo hace de un modo muy diferente.
Mi corazón lanzó su pedido al aire a través de una lágrima y, en medio de ese ritual de dolor del alma, llegó José.
¡Parece mágico! ¡Y es que lo es! Porque el espíritu es el hogar de la magia.
José trajo consigo esa respuesta que, no era más que la punta del hilo de Ariadna. El mismo hilo que día a día va tejiendo nuestra amistad, nuestra relación maestro-discípula-maestra-discípulo, nuestro Unkido.
Y José llegó cargado de sorpresas y regalos envueltos de amor. Y mis lágrimas de dolor se convierten en lágrimas de emoción cuando mi maestro y amigo me ofrenda de corazón cosas como ésta...
Un cuento que José Mataloni escribió para mí y yo, con su permiso, transcribo aquí a modo de agradecimiento hacia él...
Para mi amiga Maga Viajera.
La maga sube a la montaña de los rituales, sin saber que, en la noche de la estrella que la guía, le esperaba una prueba escondida, para forjarla en los secretos de la magia.
Sin embargo, la maga lo intuía, por eso ha cruzado el desierto y viene sedienta y a la vez, llena de conocimiento. Cuando por fin llega a lo más alto de la montaña, casi no ve nada, porque las nubes han tapado la noche con las fatigas del camino. Mira hacia todos lados, no sabe qué va a pasar, y se siente desconsolada. En ese momento, como si fuera un canto del aire, escucha una voz cantar. Sigue la voz, hasta llegar a una pequeña cueva, detrás de un árbol de la sabiduría. Allí hay un anciano maestro, que está cantando bajito, melodías que son espontáneas. La maga se sienta, y cuando se calla, el anciano la mira en silencios. La maga ahora sonríe, porque sabe que lo primero es saber quién eres, después que hacer, y recién allí qué expresas sientes y tienes.
No sabe si se lo dijo la noche, o la mirada del maestro, pero tiene la seguridad de que ha sido ablucionada. Se quedó un tiempo en la montaña, hasta que se despidieron con un hasta pronto. Se fue radiante, como si hubiera nacido de nuevo.
Cualquier similitud de esta historia con la vida real, sólo la conoce la maga, ni siquiera yo la sospecho, ni puede ser preguntada.
¡Gracias Maestro! ¡Gracias amigo! ¡Gracias José!
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