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Lo que abre el amor, que no lo cierre el miedo.


sábado, 26 de julio de 2008

El obsequio


Después del sexo comienzo a mirarte con cariño, como si, de repente, hubieras despertado al león dormido que llevaba en mis entrañas.
Preferíamos no tocarnos y mirarnos de lejos, apenas, acallando con palabras lo que no queríamos que el cuerpo gritara.
Éramos amigos sin cuerpo y sin sexo, amigos del alma, como amantes virtuales. Pero lo virtual, muchas veces, se confunde con lo real y un simple gesto atraviesa esa barrera que lentamente comienza a desdibujarse y los acontecimientos se entremezclan con los sueños.
Entonces aparece el gran señor, el miedo, como un invitado que nunca falla.
Tú sólo marcaste el ritmo y yo accedí porque quería, como si siempre hubiera estado allí, sólo había que atreverse. Estaba latente, esperando a manifestarse. Flotaba en el aire, de tal manera, que los demás no se sorprendieron, pero nosotros nos asustamos, como si estuviéramos a un milímetro de abrir la caja de Pandora y nunca más la pudiéramos volver a cerrar. La caja donde guardamos todo sentimiento posible, todo acercamiento y en donde manteníamos segura y en el fondo la palabra deseo.
No hubo fuegos de artificio, ni campanas sonando en la cabeza. Éramos tú y yo, los conocidos de siempre pero más desnudos que antes, más vulnerables y demasiado cerca.
No me atrevía a besarte, como si al no hacerlo pudiera hacer de cuenta que lo demás no sucedió. Un beso es una marca mucho más profunda que tu cuerpo penetrando en el mío. Los besos son las alas que le ponemos al corazón para que vuele hacia el otro y yo tenía miedo de volar contigo.
Me pediste que te mirara a los ojos, como si no quisieras negar ese momento y así guardarlo para siempre en mi mirada. Las palabras escaparon de tu boca y, con ellas, el néctar que guardabas para mí desde hacía días y que vaciaste con placer sobre mi vientre.
Acaricié tu espalda con la yema de mis dedos para descubrir que tu cuerpo me gustaba y me guardé tu piel entre las manos por no saber si volverías a ser mío alguna vez.
Ni caricias, ni promesas, ni juegos de amor; una timidez inaudita apoderándose del espacio entre los cuerpos, como si acabase de pasar un huracán y tuviéramos que reconstruir el antes para olvidar el desastre.
El día posterior a la tragedia, como siempre sucede cuando algo inesperado irrumpe en nuestra vida y nos aturde, una calma extraña giraba entorno nuestro y un silencio que, de tan denso, lo decía todo. ¿En qué lugar ponemos este obsequio que nos ha dado la vida?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

miedo y medio... las mismas letras, los mismos sentimientos...

Tesa dijo...

De momento, guárdalo como un tesoro, en el baúl de los buenos recuerdos.
Precioso, el texto, tan intenso.

Anónimo dijo...

Que difícil es romper barreras, luego no sabes bien cual vuelve a ser tu camino. Sentimientos que no sabes donde colocar aunque siempre los hayas sentido, miedos a que nada pueda a ser lo de antes y a que nada pueda avanzar.

Preciosas palabras

un beso

Anónimo dijo...

Te comprendo.

Lo escribí hace unos días:

"Nuestras vidas se cruzaron para la amistad. No era el amor lo que me dolía, sino la torpeza de creer que habíamos perdido. Estuvimos a punto, pero ganó la inteligencia (no la razón; esa no me gusta, es muy fría), ganó el diálogo, ganó el cariño, ganó la sinceridad; perdió la confusión, perdieron las palabras no dichas, perdió el disparate. Nos quedamos con nuestra amistad".

Un besito

Adnamarrr dijo...

Guardalo bien guardado...aprende de él, y abre la caja de vez en cuando y experimenta mil sensaciones distintas cada vez...me suena, me suena mucho...un besazo querida maga

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