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Lo que abre el amor, que no lo cierre el miedo.


martes, 17 de junio de 2008

El shemagh


Sólo se veían sus ojos, negros como el shemagh, que le protegía del sol y del viento, profundos, como el desierto mismo. La caravana de saharauis se detuvo delante de mí y me subí a su dromedario, mientras él marchaba a pie con las riendas en la mano. No sabía a dónde me llevaban, estaba perdida y sedienta y, como en un encantamiento, mi instinto no podía más que ir detrás para descubrir el enigma que guardaba su turbante.
Se giró lentamente, descubrió su boca y sonrió.
No sé si fue el sol o el hombre del desierto, pero enloquecí.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

mmmm que bonito

quien se habría resistido a montar en su dromedario y dejarse llevar.

un saludo

Camy dijo...

¡Y quién podría resistirse ante tal embrujo y esa mirada....?

Un beso

Gabriela Collado dijo...

Auxi: difícil verdad???? con esos ojos... mmm....

Camy: .... el desierto está para que nos rindamos ante él.... beso

Ana dijo...

No sé el resto, pero a mi unos ojos así me pierden...

Besos

Gabriela Collado dijo...

Ana: .... y a mí... jajaja Besitos

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