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Lo que abre el amor, que no lo cierre el miedo.


miércoles, 27 de febrero de 2008

15 años, muchas vidas...


Cada día se muere un poco, cada día hay algo dentro nuestro que se transforma y, al mismo tiempo, algo se transforma fuera o viceversa, porque lo que nos rodea va cambiando y nos cambia y porque, en la medida en que vamos cambiando, cambiamos lo que nos rodea.
A lo largo de mi vida fueron muchas las cosas que me han ido cambiando o moldeando para transformarme en esta que soy, algunas de ellas significativas, como la muerte de mi madre y el nacimiento de mi hija, otras que quizás pasan más desapercibidas pero no por ello suponen menos.
Hace exactamente un año un, aparentemente insignificante, acontecimiento cambió mi vida, un simple café, el primero de lo que se convertiría en un ritual diario, me unió a Lissette. No ocurre con muchas personas, pero cuando ocurre es inevitable, conoces a alguien y, no sabes por qué, ése alguien te toca el alma. Y así fue con ella, un lazo invisible nos unió como si se tratase de algo que viniera predestinado en el tiempo.
Nos hicimos amigas y, sinceramente aún me es difícil explicar con palabras cuanto nos une más allá de nuestras similitudes o diferencias, es un sentirse identificada la una en la otra aún manteniendo cada una su esencia. Lissette es 15 años mayor que yo, nuestras creencias son completamente diferentes pero poseemos los mismos valores, nuestras vidas no se parecen en nada, pero podemos saber lo que la otra siente o piensa sin necesidad de decírnoslo, ella nació en Guatemala, yo nací en Argentina pero ambas vivimos bajo el mismo cielo de Logroño que tuvo el dulce atino de unirnos.
Ayer, su marido me dejó este mensaje: “Si dejas huella en esta tierra, aunque ya no estés tus amigos seguirán hablando de ti aunque hayan pasado 40 años. En 1968 murió en Guatemala una bella mujer y este domingo escribieron de ella en el periódico. Lissette lloró tanto de emoción al escuchar la historia que no podía más que compartirla contigo. Ojalá te inspire esta historia para que la pongas en tu blog y veas que el mundo sigue siendo pequeño...”
Yo no puedo más que hacer eco de sus palabras y del artículo, porque nada es casualidad y porque la amistad, la verdadera, la del alma, no tiene banderas.
Aquí va…

A los quince años
En la adolescencia mi amiga más cercana fue Lissette. Formábamos parte, su familia y la mía, de aquella clase media guatemalteca, ahora dispersa y dislocada, que se relacionaba en razón del barrio en el que le tocaba vivir.Mi barrio estaba situado entre las iglesias de Belén y de las Beatas de Belén, vivíamos en el Callejón Aurora y poco habríamos tenido que ver con los habitantes de Gerona, pero una tarde, a la salida del cine un amigo mutuo me presentó a Lissette y congeniamos rápidamente.Ni ella ni yo teníamos hermanas; ambas echábamos de menos la cercanía de una amiga con la que hablar de las cosas que las adolescentes necesitan discutir y revisar para ir adquiriendo poco a poco algún conocimiento de la vida que no llegara en forma de admoniciones paternas o experiencias librescas.Los padres de Lissette eran una pareja bien avenida que recibía con los brazos abiertos a la pandilla de la que pasé a formar parte. Nos dejaban tranquilos apiñados en los muebles de la sala y no se quejaron jamás del bullicio normal de los adolescentes.Casi todas las tardes del año en que cumplí los quince salía de la redacción del diario en el que trabajaba, pasaba rápidamente a la casa para reportarme y avisar que me iba a casa de Lissette y enfilaba hacia Gerona. Mi amiga estudiaba un secretariado con las monjas del Belga y a veces cuando me abría la puerta de la casa, llevaba aún el consabido jumper de lanilla azul marino que, con leves variaciones, usaban las alumnas de todos los colegios guatemaltecos de la época.Los Bennett, pero solo los varones de la familia, formaban parte del grupo juvenil y a su debido tiempo Richard habló con don Roberto y doña Lily para pedirles permiso de ser novio de Lissette. Esa formalidad, desaparecida en estos días, nos permitía otro tipo de salidas porque ya existía un compromiso más serio.En el carro de los Bennett, un Lincoln de color bronce íbamos los domingos al centro deportivo universitario. Richard y Jorge se empeñaron en enseñarnos a jugar tenis y Lissette hizo todo lo posible por aprender pero los deportes no eran su fuerte, así que más tarde o más temprano parábamos ambas sentadas a la orilla de la piscina hablando de esas cosas que las jóvenes hablan. Son tan misteriosas las conversaciones de las adolescentes que cada mujer, al terminar esa etapa, suele olvidarlas del todo. Años más tarde he hablado con amigas sobre los contenidos de esas largas, serias y afanosas conversaciones y ninguna ha podido darme, a ciencia cierta, detalles de sus pláticas de tal época.Casi sin excepción las mujeres recuerdan haber estado interesadas en los muchachos y en el amor, pero son incapaces de recordar cuestiones precisas. Evaporada la adolescencia, las preguntas, las respuestas, los detalles, se desvanecen con ella. Solo permanecen en la memoria unos cuantos fragmentos deshilachados. El camino por el cual se llegó a la muy relativa madurez de la primera juventud ha desaparecido y no hay forma de desandarlo.Sé que mis pláticas con Lissette abrieron brechas que se transformaron en los caminos por los que más tarde anduve, pero por más que he tratado de hacer memoria solo logro encontrar el leve perfume de las pieles jóvenes, de los rostros inmaculados de los cachorros humanos.Como es natural, terminada aquella etapa se abrieron nuevos derroteros. Entré a la Facultad de Humanidades, Lissette se graduó y empezó a trabajar en una oficina. Continué jugando tenis por un tiempo y jamás dejé la natación, pero terminaron las visitas a la casa del barrio de Gerona. Dolores de crecimiento creo que les llaman.Una tarde, años más tarde, el Bicho me llamó por teléfono. Lissette estaba en el hospital. La habían rescatado de una avioneta caída en algún paraje entre México y Guatemala. La nave se había incendiado y Lissette sufría quemaduras terribles. La espera en el hospital era espantosa, pero sabíamos que nuestro dolor no era nada comparado con los sufrimientos de ella.Lissette se fue; le hicieron una transfusión de sangre que precipitó su muerte. El grupo la vivió como el final de la espantosa tormenta en la que perdimos el candor y que nos desperdigó irremisiblemente.
Guatemala, 17 de febrero de 2008.

Lissette se fue… pero su alma sigue intacta, no sólo en el recuerdo de sus amigos de juventud sino también en el corazón y el reflejo de su hija, la otra Lissette, mi amiga, la que supo absorber con maestría los valores de quien le dio lo más preciado, la vida.

¡Un mi vinito por mi Lissette!
¡Amigas como tú las quiero toda la vida!


8 comentarios:

Tesa dijo...

Las buenas amigas son un tesoro que hay que conservar.

El MeLLi dijo...

Yo pensé que eras española y resulta que sos tan argentina como el dulce de leche. Je.

Y en cuanto a lo de hoy, muy buenas esas palabras. Y espero que tu amistad dure mucho, es dificil conservarlas.

Adios.

Gabriela Collado dijo...

Gracias Tesa, es cierto son un tesoro que, no sólo debemos conservar, sino cultivar y defenderlos por sobre todo y todos porque son los que siempre estarán.

Melli: ¡Qué sorpresa ehh!! Argentina pero españolizada. Me gustan mis nacionalidades... cada una me dio lo suyo que es mucho y me lo siguen dando!! Facundo Cabral decía "No soy de aquí ni soy de allá" pero yo siento que "Soy de aquí y de allá". El dulce de leche es el mejor halago... pocas cosas hay tan buenas como eso!!! El valor inmenso de la amistad lo traigo de Argentina en donde un amigo es un hermano... Un saludo.

Anónimo dijo...

¡¡Sorprendente !! Me impresiona ver tu capacidad para trasmitir sentimientos, estas consiguiendo un crecimiento infinito para esta esistencia y las venideras. Te admiro y me alegro de conocerte, y compartir esta practica contigo, porque estoy aprendiendo cada día un poco más sobre las personas, ¡y contigo son lecciones concentradas!
Te envio un fuerte abrazo y nos vemos tomando un cafe en el Budha.
Andrés

Gabriela Collado dijo...

Graias Andrés: Eres un amigo y lo has sido desde el primer día. Admiro tu prudencia y tu paciencia, además de tu sonrisa y tu sentido del humor. Es muy hermoso lo que me dices, me alegra poder transmitir eso a la gente, poder transmitir algo que quede; como nosotros decimos, crear valor en todo lo que hacemos. Crecemos juntos... a las pruebas me remito! Y el café encantada de compartirlo en nuestro lugar, el Buddha.. no podía ser de otra forma. ¿Ves que nada es casualidad? Un abrazo!

Anónimo dijo...

Es curioso, pero yo no suelo frecuentar ningún bar, la verdad es que no me gustan demasiado, a veces suelo quedar con un amigo y lo hacemos en el Buddha, ¿Otra casualidad?, se que no parece real pero es verdad, si tuviera que elegir un bar o café, seria ese.
Me quede un poco perplejo al leer los comentarios.
Un abrazo.

Gabriela Collado dijo...

Oskar: Espero que tu perplejidad sea positiva!!! ¿Sabes? En Budismo las casualidades no existen, se llaman causalidades, es decir, cuando uno armoniza con la ley del universo todo a su alrededor comienza a armonizar con uno y es por eso que atraemos eso que emanamos... Se conoce como la ley de causa y efecto... Partiendo de esa ley, si en algún momento debemos coincidir en el Buddah... así será... jeje.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Han pasado varios días desde que "nuestra Maga Viajera" abrió su corazón para compartir una etapa de su vida. Pausadamete y con detalle, describió un momento...Un año...Dos vidas y la AMISTAD. Y como bien dice, sin bandera, sin religión. Y ahí están; en SU JARDÍN, que lo pequeño de "lo cotidiano" lo hace crecer...Lo hace vivir y les devuelve, día a día esas caricias en flor.
¡Un vinito por las dos!

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