Foto: Robert Doisneau - París sitiada. Amor y alambres de púa
Querías que encajara,
no importaba cómo.
Encajar un anillo en un dedo que se resistía.
Retorcer las ideas, para hacer de cuenta que coincidíamos.
Cambiar la foto del DNI, si fuera necesario.
Borrar veinte años en tres días.
Aprender talentos que no traías.
Respirar por mí, si hiciera falta.
Adivinar…
Sí, adivinar lo que iba a decir antes de que lo
hiciera.
Sin conocerme.
Y taparme la boca con objetos,
sustitutos de las carencias.
Las que creías que tenía.
Y las que se creaban en el hueco entre ambos,
cada vez más grande
y más áspero.
No nos crecieron espacios,
Nos crecieron alambres de púas.
Todo intento se convirtió en pinchazo.
Hasta al cartero le pinchaban las manos
cuando traía tus cartas.
Y me miraba suplicante.
“Dígale que no le escriba más”
parecía murmurar mientras le firmaba el acuse de recibo.
Yo sólo había abierto una ventana
buscando aire.
Tú quisiste derribar los muros
y mandarme un huracán.