Salgo
del médico con la receta en la mano, Nervocalm 10 mg. Por un instante dudo si
ir a la farmacia vecina o a la que está camino al centro. Me decanto por esta
última por las dudas que en la del barrio no tengan lo que busco.
-No
tenemos Nervocalm, habría que pedirlo.- me dice la empleada.
-No,
está bien, ya lo buscaré en otra. ¡Gracias!-
Nuevamente
en la calle, el mismo dilema. La farmacia vecina o la siguiente más cercana al
centro y, por tanto, más lejos de casa. Entonces me digo a mí misma que, si en
esta no les quedaba, en la del barrio será más difícil aún que lo tengan, mejor
voy hacia el centro que el surtido será mayor.
Siguiente
farmacia.
–Nervocalm
10 mg.
-Sí,
enseguida- me dice cortándome la receta.
Al
cabo de unos minutos regresa con la receta en la mano y nada más.
-No
nos queda. En el ordenador figura como que tenemos uno pero no lo encuentro, lo
siento-
-Parece
ser que todo el mundo está perdiendo los nervios- digo recogiendo la receta y
me voy.
Esta
vez ya ni lo dudo, me iré acercando hacia el centro cada vez más, en alguna
tendrán que tenerlo. Sin embargo, ya empiezo hasta a dudar del médico que me lo
recetó.
-¿Tiene
Nervocalm 10 mg.? ¡Dígame que sí!- le suplico al farmacéutico de la tercera
farmacia que piso en menos de media hora.
-Voy
a ver- responde metiéndose en la trastienda. –No nos queda de 10 mg.- me dice
cuando sale. –Tenemos de 30 mg. que es lo que más nos piden, pero de 10… hum…
no. Puedo pedirlo al almacén.
-No,
gracias. En algún lugar tienen que tener. Adiós.
Y
la búsqueda del Nervocalm 10 mg. empieza a convertirse en una cruzada mientras,
paradójicamente, voy empezando a perder los nervios, lo cual estaría bien
porque ¿por qué la gente le llamará “perder los nervios” a la situación
inversa?
¡Ni
un paso más! Saco el teléfono del bolso y llamo a la farmacia del barrio.
-Buenos
días. ¿Por casualidad tendríais Nervocalm 10 mg?- pregunto con la mano
temblorosa.
Me
dicen que se van a fijar. Mientras tanto, un silencio absoluto, al que me
hubiera gustado ponerle la música de suspenso de Mujeres desesperadas ya que parece que empiezo a parecerme a cualquiera de ellas, pone mi vida en pausa por un instante.
-Sí.-
dice de repente una voz al otro lado del teléfono y me parece la voz más angelical
que hubiera escuchado jamás en toda la ciudad. –Nos queda uno.-
-¡Guárdemelo,
por favor!- suplico. –En una hora estoy allí.-
Mientras
espero el autobús pienso en cuántas habrán sido las veces en las que me alejé
de mi “barrio” para buscar aquello que para mí era tan importante, dando por
sentado que no lo encontraría cerca. ¿Cuántas veces creemos que aquello que
necesitamos para estar bien está en la otra punta del mundo y, como en una
fábula, hacen falta superar un millón de pruebas para alcanzarlo? Hoy aprendí
que tengo que confiar en lo que tengo, que primero debo buscar vecino a mí. Que
alejándome puedo conocer un montón de lugares y formas nuevas pero, lo único
que me hace falta para estar en calma conmigo misma, para ser feliz, está tan
cercano que me cuesta verlo y tengo que alejarme para poder comprenderlo mejor.
Será mejor que gradúe las gafas para no tener que tomar tanta distancia la
próxima vez.
Mientras
la farmacéutica me firma la receta, la miro embelesada. Creo que ya empieza a
sospechar por qué necesitaba tanto las pastillas.
1 comentario:
Una linda historia la de tu entrada y tan cierta como la existencia del sol y la luna.
Que desconfiados somos la mayoría de las veces de aquello que nos resulta cercano.
No valoramos suficiente lo que está a nuestro alcance y nos empeñamos en buscar sucedáneos que disimulen nuestro desconcierto.
¿aprenderemos con el tiempo?...
Un saludo
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