Tus palabras me llevarían al silencio 
del grito profundo, que pide 
callar urgencias postergables, 
porque le urge ser escuchado.
Y, cuando tu paz llamó a la mía, 
la descubrió sorda, tras años 
perdida de reclamo alguno.
La belleza del silencio 
cubierto de noche profunda, 
ajeno a la muerte 
a la que llaman vida.
La felicidad de ser, simplemente, 
en un plato de comida 
y en la lana sobre el cuerpo.
Cuando, quitándome el aliento, 
me enseñaste a respirar
mi alma te besó.
Fue el día en que, no esperando nada, 
me lo diste todo.




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