Él le dijo: “todas estas personas saben que van a morir, así que cada noche que logran volver, es un regalo. Así que cada taza de té, cada cigarrillo, se convierte en una celebración porque para muchos de nosotros puede que sea nuestra última noche.”
Llevo días pensando en ella, semanas, meses tal vez, porque, cuando la ves por primera vez, te cambian ciertas visiones para siempre. Porque hay cosas que te llevan a recordarla. Aunque no quieras. Como ahora. ¿Qué sería del envidioso si el otro no viviera por él? ¿Qué sería del orgulloso y el necio si no le convencieran de que puede ganar algo? ¿Qué sería del miedoso si le quitaran su miedo? Esto aprendí al verla, que el que maneja la información, maneja el juego. Será por eso, ¡la pucha!, que no hago más que recordarla.
Un solo hombre (en apariencia o como lo contó la historia), sostenido por la determinación; con el amor y la inteligencia a cada lado; ganó la batalla. Stalingrado, 1943. Las historias no hacen más que repetirse a lo largo del tiempo, en bucle, como los surcos de un disco que se raya hasta que alguien retrocede la púa y vuelve a empezar. ¿Quién retrocede la púa? No, no es lo mismo, se le parece; mucho a veces. La historia nos da constantemente la oportunidad de cambiarla. Ahora, mañana, todo el rato. Aunque Danilov le diga a Vassili: "el hombre nunca cambiará. Nos hemos esforzado tanto en construir una sociedad equitativa donde no hubiera nada que envidiar al vecino. Pero siempre hay algo que envidiar. Una sonrisa, una amistad, algo que no tenemos y de lo que queremos apropiarnos”; hoy elijo quedarme con la que es, tal vez, la escena erótica más conmovedora y entrañable de la historia del cine. Nunca el amor y la muerte se desearon tanto en un efímero instante.
"-Sabía que no habías muerto, le dijo ella. -¿Por qué?, preguntó él. -Porque acabamos de conocernos."
Enemigo a las Puertas, hoy volví a verla.
Gabriela Collado
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