Definitivamente, no.
Las que llevan sello verde
debajo del diagnóstico.
Una cada ocho horas
cual trabajo que me enferma.
No me gustan las recetas.
Definitivamente, no.
Las del libro de la abuela,
el de hojas amarillas.
Bata así los ingredientes
hasta extenuarse y no gozar.
No me gustan las recetas.
Definitivamente, no.
¿Dónde cabe la libertad?
¿Dónde entran mis sentires?
¿Dónde el bailar con mi cuerpo?
-Doctor, no más comprimido
sino todo lo contrario,
expandido de ternura
y no cada ocho horas,
cada cuatro ¡que es mejor!
Una orden heredada.
¡Esa receta no es mía!
Déjame pelar cebollas
hasta hartarme de llorar.
Y, si no llevase azúcar,
echársela sin dudarlo
porque sí y tengo ganas.
Que el derecho a la dulzura
es mío, como el banquete
y que tanto más me gusta
si lo revolvemos de a dos.
No me gustan las recetas.
Definitivamente, no.
Porque nadie sabrá nunca
qué falta para sanarme,
cuál mi sabor predilecto,
dónde el camino a mi alma.
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